Los falsos peregrinos by Nicholas Wilcox

Los falsos peregrinos by Nicholas Wilcox

autor:Nicholas Wilcox [Wilcox, Nicholas]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 84-08-03965-2
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 36

Beaufort, tras conversar un rato con el patrón, regresó junto a sus acompañantes y, acodándose en la borda, anunció:

—Dice el capitán que dentro de una semana o poco más estaremos en Alejandría.

—¡Prisa no hay ninguna! —comentó Huevazos—. Este barco no puede ser más agradable.

Lucas lo miró extrañado.

—Creía que no te gustaba navegar —le reprochó—. ¿Has olvidado ya el escándalo que organizaste ayer antes de embarcar?

Huevazos se sonrió, socarrón.

—No me gustaba antes, pero ahora parece que me va gustando más. —Se inclinó y añadió al oído del muchacho—: ¡Tenemos coñetes a bordo!

—¿Mujeres?

Huevazos asintió solemnemente.

—¡Hembras sedientas de amor, jardines sin regar, rastrojos sin cultivar que están pidiendo la reja del arado, huertos baldíos que requieren cava y almocafre, mujercitas deseosas de consuelo! Son por lo menos dos. Las he visto hace un rato. Viajan en la camareta de proa. Salieron un momento a tomar el aire y cuando me vieron se asustaron y volvieron a encerrarse, je, je. Una joven y la otra menos joven, metida en carnes, como a mí me gustan. —Suspiró profundamente y añadjó—: Creo que estoy en celo.

—Tú siempre estás en celo, Roque. ¿No sabes pensar en otra cosa?

—¿En otra cosa? —se extrañó Huevazos abriendo desmesuradamente los ojos—. ¿Es que hay otra cosa? Impulsada por el viento, la nave se deslizaba a velocidad razonable. El patrón, desocupado de la maniobra, hacía la ronda entre los pasajeros para comprobar si todo estaba en orden. Cuando llegó a la popa, donde los falsos peregrinos conversaban a la sombra de las velas, Lucas le preguntó:

—Said, ¿es cierto que viajan mujeres a bordo? Mi amigo asegura haber visto a dos.

La Alpargata contempló benévolamente al joven y la mancha cárdena de la frente pareció oscurecérsele.

—Es cierto, joven amigo, viajan dos mujeres, una doncella, que va a bodas, y su criada. Pero debo advertirte que es hija del general El Bardawi, uno de los prohombres más respetados de Túnez, la más alta alcurnia de la ciudad, y que aquella galera que sale ahora del puerto tiene por misión guardarlas y nos escoltará hasta Egipto.

Miró para atrás y vio que, en efecto, una airosa galera de guerra, de bordo tan bajo que parecía que se la tragaban las olas, enfilaba tras la estela del mercante.

—¿Por qué no viajan las mujeres en la galera? —preguntó Lucas.

La Alpargata miró con sorna al muchacho.

—¿Has viajado alguna vez en una galera?

—No, yo soy de secano, señor, y nunca había visto el mar antes —admitió el adolescente.

—Pues sí alguna vez nos sobrepasa la galera a barlovento, descubrirás por qué las mujeres finas no viajan en ella.

Y desentendiéndose continuó su ronda. El muchacho se quedó algo perplejo.

—¿Qué ha querido decir? —preguntó a Beaufort.

El templario carraspeó ligeramente.

—Las galeras apestan a gran distancia —declaró—. Es por los excrementos y los orines de los galeotes que van encadenados a sus bancos y se hacen las necesidades encima.

Huevazos le dio un toque con el codo a su amo.

—Ahí salen nuevamente.

Lucas miró a las mujeres. La más alta vestía una toca de viaje de color marfil, bordada en azul, y se cubría la cara con un velo.



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